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viernes, octubre 09, 2009

13ª entrega.

El lobo Gallego.


- Quieres decir que temes un enfrentamiento entre los dos bloques.

- Correcto...

“Bostecé sonoramente... ¡Qué raro!... Se estaba ello convirtiendo en una costumbre persistente en las últimas ocho horas.”

- Pero lo que no acabo de encajar, -me lancé- es el motivo y la razón por la que habrían de enfrentarse dos facciones con intereses bien definidos en cada caso y satisfactorios ambos económicamente.
Quiero decir que no veo motivos para el posible enfrentamiento, si sus respectivas parcelas en la economía sumergida que practican no se tocan siquiera.

- Yo también lo ignoro, -Me contestó Carlos visiblemente hastiado de tanta verborrea unida a la impresionante deuda de sueño de la que éramos depositarios- pero sospecho que la casa de la abuela Carmen tiene mucho que ver en el asunto.

- ¿En qué sentido? -Pregunte a renglón seguido- ¿La casa en si misma? O ¿Algo que pueda haber en ella?

- Pues a ciencia cierta no lo sé. Pudieran sentir ambos bloques un interés desmedido por el centenario caserón.
Por decirlo así, un repentino ataque de nostalgia, que les empujara a codiciar la vieja casa como símbolo.

Puede ser que lo que realmente persigan es algo oculto en la misma.
O como tercera variante que se me ocurre ahora, las dos posibilidades.

“ Un ligero frenazo-tirón llego en cascada al último vagón, se repetían cada vez que la maquina frenaba y aceleraba para tomar curvas o respetar velocidades de tramo ferroviario. Este tira y afloja nos mecía longitudinal y transversalmente.”

- Creo que suponiendo los motivos no aclaramos nada, o casi nada. -Añadí- Una vez en tierras Gallegas dispondremos de la posibilidad de que tú agobies con preguntas concretas a tu madre. Seguro que guarda más
de un detalle sabroso que aclare un poco todas nuestras dudas.
Nuestro postrimero cartucho es confesarnos con el párroco de la iglesia de B... Tu “Padre.”

- ¿Qué?... ¡Tú estas loco! -Afirmo categóricamente mi primo, lo cual me jodio un buen rato- ¿Confesarnos? Tú has perdido la chaveta.

- Es posible, -intenté fulminarle con la mirada- pero te recuerdo que has sido tú, -y le señale con un dedo tan rígido como el cañón de un revolver- el que me ha estado contando historias del núcleo familiar, que sobrepasan por un amplio margen las fronteras de la credibilidad.
Y te recuerdo que todo lo que tú sabes y por extensión yo, se lo debemos a un sagucho del Vaticano, es decir, a un Cura. Por lo cual llegado el momento, no creo descabellado el que podamos hacerle una visita, y que mejor manera para abordarlo, que en un confesionario.


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