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miércoles, septiembre 22, 2010

"La rabia"


El perro se revolvió asqueado ante la insistencia del muchacho que lo mareaba, las fauces del animal marcaron su impronta en la tersa piel del niño que por una vez fallo al esquivarlo. Una pequeña gota de sangre asomó por la piel punzada, la mirada del muchacho se clavó en los cuartos traseros del perro que huía perdiéndose en la dehesa.


Nunca podría alcanzarle. Además consideró que formaba parte de las reglas del juego con el animal al que consideraba su amigo.


A escondidas se lavó la pequeña herida. Decidió ocultar la nueva a sus padres y abuelos que lo habían reprendido muchas veces sobre los peligros de dar la lata en exceso a ciertos animales.


Cayó la noche de agosto en aquel pueblo extremeño y la familia reunida en vacaciones se junto para cenar. El niño sentado a la mesa se las vio y se las deseó para mantener oculta la herida del dorso de su mano izquierda.


Al termino de la cena vecinos y familiares se juntaron en la calle buscando la fresca de la noche. Unos sacaban sillas para sentarse, otros mantas para tumbarse en el suelo refrescado horas antes con baldes de agua. Los niños de la casa de enfrente gritaban liberados después de la condena de estar sentados a la mesa, salieron corriendo por la puerta asustando al gato que dormitaba en el “pollo” de la casa.


El muchacho estaba en una edad intermedia, jugaba con los más pequeños y gustaba de intentar descifrar el lenguaje que utilizaban los mayores cuando querían que los niños no entendieran de que hablaban.
La mano le dolía con una intensidad palpitante que lo dejaba desconcertado.


Las conversaciones de los adultos derivaban de un tema a otro con cierta facilidad, se tocaban todas las teclas del repertorio de la vida, anécdotas de gente ya difunta, la pertinaz sequía, noticias sobre vivos a los que hacía mucho que no se veía por el pueblo, las olivas, el vino, los animales…

La perra de tía Antonia, llamada Violeta, arrancó en persecución de una gata sin dueño pasando por encima de una de las mantas sin ocupar, los mayores reprimieron verbalmente al animal, incluso alguno fallo en el intento de golpearla en los cuartos traseros.
Perros... La noche engulló a perseguida y perseguidora.


El tema de conversación de los más altos de la calle roló hacía los perros y sus costumbres, la reminiscencia de animales ya desaparecidos que vivían en la memoria de quienes los habían querido. Los perros y sus enfermedades…


La conversación fluyó hacía el pueblo vecino y la historia de uno de sus mozos mordido por un perro rabioso en los años que las comunicaciones y la medicina moderna distaban un abismo de lo acostumbrado en la actualidad.


Leyenda y realidad se hermanaban en la historia del muchacho contagiado de rabia por un perro vagabundo. El chaval que oculto su herida en la pierna y enfermo a los pocos meses. Se volvió violento y sus mayores se vieron obligados a ha encadenarlo a un grueso y viejo olivo. El médico no pudo hacer nada por ayudarle dado el avance de la infección por sus neuronas y sistema nervioso. Observó atónito el delirio del muchacho encadenado hasta que entro en coma.


Al oír esta historia, el chaval mordido en la mano creyó que su destino estaba zanjado brutalmente. El miedo recorrió sus venas y de su boca no salió una sola palabra.

domingo, septiembre 05, 2010

“A la orilla del mar”




La abrumadora soledad del niño sentado en la orilla de la playa, sus pies lamidos por las suaves olas de la marea baja, las lagrimas que resbalan por sus mejillas, la mar que las recoge en su regazo echándole su salado aliento en la carita.
La impronta grabada en la memoria del adulto que observa, viendo como la inocencia del niño es asediada por el malvado imperio de los mayores.
El renacer del niño reprimido que llevamos en las entrañas, un grito silencioso, ganas de despedazar el mundo entero para que renazca en pañales.
La infancia defendida sin cuartel, el niño arropado por las olas, el salitre sobre su morena piel, la inocente mirada que refleja la inmensidad del mar y de nuestra soledad.

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