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lunes, febrero 25, 2013

94ª entrega

El lobGallego.


“Era un dato que alimentó la impresión de que la abuela me tuvo aprecio. La mejor ubicación, de la estancia más concurrida del caserón para mi pintura, y eso sin tratarse de un bodegón que justifica por si mismo el lugar donde quiere ser colgado. Tampoco resultaba desdeñable el hecho de haber enmarcado mi paisaje siguiendo mi modesto consejo.

 - Chao. 

 - Recuerda, luego tenemos que hablar. -Insistí- 

 “Abandoné el comedor sintiendo la mirada de mi futuro cuñado clavada en mi espalda, a buen seguro él tenía que estar haciendo sus propios cálculos con los pocos datos que iba acopiando de aquí y de allá. En ese momento caí en la cuenta de que mi hermana y yo nunca habíamos mantenido una conversación que abordara el tema Gallego-familiar. Debería esta cuestión esperar, primero necesitaba corroborar mis deducciones sobre “las blancas” con mi madre, y más tarde con mi tía Celia. Subí las escaleras con la extraña sensación de que todo aquello constituía un embrollo sin solución, en resumidas cuentas, a mí no me afectaba para nada... en principio. Deducía que lo más sensato era mantenerse en la frontera de aquella especie de cisma, y pasados unos inquietantes días, alejarnos geográficamente del problema y desviarnos mentalmente de su posible desenlace. Felipe parecía controlar con su sola presencia la situación. No terminaba de encajar la secuencia de los hechos presenciados en persona. Antonio, alias “El lobo” y Raquel habían abandonado la casa por cuestiones de negocios, o por el contrario se vieron forzados a salir una vez cumplido el ritual de presentar sus respetos a la matriarca fallecida. Venían a mi mente las imágenes de cazadores armados en la puerta, recogiendo y desarmando sus escopetas pero totalmente fuera de lugar. ¿Quién se presenta de esa guisa en una casa en duelo? Me resultaba recurrente la asociación de aquella fotografía con las viejas películas de la mafia Siciliana, con sus escopetas (creo recordar que las llamaban luparas) de cañones recortados y cargadas con cartuchos de posta. ¿Qué sabía yo de mi tío Felipe? Eché de menos a Carlos en aquel momento. Terminé plantado ante la supuesta puerta de la habitación de mis progenitores. Llamé...”

 - Pasa.    -Oí débilmente la voz de mi madre al otro lado-




“Era un dato que alimentó la impresión de que la abuela me tuvo aprecio. La mejor ubicación, de la estancia más concurrida del caserón para mi pintura, y eso sin tratarse de un bodegón que justifica por si mismo el lugar donde quiere ser colgado. Tampoco resultaba desdeñable el hecho de haber enmarcado mi paisaje siguiendo mi modesto consejo. - Chao. - Recuerda, luego tenemos que hablar. -Insistí- “Abandoné el comedor sintiendo la mirada de mi futuro cuñado clavada en mi espalda, a buen seguro él tenía que estar haciendo sus propios cálculos con los pocos datos que iba acopiando de aquí y de allá. En ese momento caí en la cuenta de que mi hermana y yo nunca habíamos mantenido una conversación que abordara el tema Gallego-familiar. Debería esta cuestión esperar, primero necesitaba corroborar mis deducciones sobre “las blancas” con mi madre, y más tarde con mi tía Celia. Subí las escaleras con la extraña sensación de que todo aquello constituía un embrollo sin solución, en resumidas cuentas, a mí no me afectaba para nada... en principio. Deducía que lo más sensato era mantenerse en la frontera de aquella especie de cisma, y pasados unos inquietantes días, alejarnos geográficamente del problema y desviarnos mentalmente de su posible desenlace. Felipe parecía controlar con su sola presencia la situación. No terminaba de encajar la secuencia de los hechos presenciados en persona. Antonio, alias “El lobo” y Raquel habían abandonado la casa por cuestiones de negocios, o por el contrario se vieron forzados a salir una vez cumplido el ritual de presentar sus respetos a la matriarca fallecida. Venían a mi mente las imágenes de cazadores armados en la puerta, recogiendo y desarmando sus escopetas pero totalmente fuera de lugar. ¿Quién se presenta de esa guisa en una casa en duelo? Me resultaba recurrente la asociación de aquella fotografía con las viejas películas de la mafia Siciliana, con sus escopetas (creo recordar que las llamaban luparas) de cañones recortados y cargadas con cartuchos de posta. ¿Qué sabía yo de mi tío Felipe? Eché de menos a Carlos en aquel momento. Terminé plantado ante la supuesta puerta de la habitación de mis progenitores. Llamé...” - Pasa. -Oí débilmente la voz de mi madre al otro lado-


Arte inconformista.

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