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miércoles, diciembre 30, 2009

La sangre desperdiciada...


La sangre desperdiciada en los campos del olvido,
Nutre las raíces de los poderosos.

Las vidas perdidas en defensa del oprimido,
Hacen a los reyes rencorosos.

El rico quiere al pueblo distraído,
Mientras tanto su pan se ha comido.

La tecnología nos ha vuelto sumisos,
Nuestra existencia no tiene sentido.

"Eleva al cielo tu maldita queja..."

Los contratos son cadenas,
Que aunque no suenan son obscenas.

Eleva al cielo tu maldita queja,
Que los dioses no moverán una sola ceja.

Solo queda un camino difícil y angosto,
Para que no hagan de ti su agosto.

Rompe todos sus vínculos malditos,
Harás de su sistema algo marchito.

miércoles, diciembre 09, 2009

A veces quisiera gritar.



A VECES QUISIERA
(por Jon Miranda, dedicado a un carretillero)


A veces quisiera gritar
Allá donde nadie te escucha,
Se siente el corazón lúgubre y ardiente.
Pasiones que renacen de la muerte.

A veces quisiera llorar,
Esculpir la rabia contenida.
Sentirme fuerte, preso de la ira,
Enfrentado a los fantasmas de la vida.

A veces quisiera escapar,
De la monotonía persistente.
Del falso que con fábulas insiste,
Del inútil y cobarde que resiste.

A veces quisiera soñar,
que todo se acaba, que soy libre,
que es mi puño el que escribe:
¡Mi alma sobrevive!

viernes, diciembre 04, 2009

Su mala sombra.


Presentamos...



Su mala sombra.
“Su mala sombra” (Por Abel Corchero Vázquez, 1991 "txerrimuñoko-fanzine")

Eran las 3:30 a.m cuando salió solo de la macro discoteca. La noche para él era ya cosa quemada, demasiada soledad rodeado de gente encerrada en sus propios laberintos.
Al pasar por la puerta, el “segurata” le dedico una fugaz mirada cargada de hastió. Él correspondió con un tenue resplandor en los ojos, últimamente no sabía lo que le ocurría, se sentía extraño, ausente.
La vacua música “bacalao” martilleaba neuronas empastilladas en el interior del antro mientras él se alejaba con paso indeciso. Nadie le siguió con la mirada triste.

Tiempo atrás, como un sigiloso reptil, la desidia entro de lleno en su vida de la mano de una pastilla de diseño, sustancias químicas que se habían convertido en los astros que regían su pobre y mediocre existencia.
Sus pasos dubitativos se dirigieron errantes hacía el centro de la urbe. Ese fin de semana para él no hubo ruta, ya que algo en su cerebro se quebró aquella noche de luna menguante.
Su rápida e irreversible degeneración no fue percibida por los que en realidad no fueron nunca sus amigos, ya que ellos también recorrían el mismo camino maldito. Estaba solo en su última travesía. Nada tenía sentido, nada le importaba, exceptuando quizás las pastillas, el fin de semana y el BUM, BUM de la música bacalao.

Esa madugrada, lo único que le acompaño hacía el taquicardico corazón de la ciudad, fue su sombría silueta recortada en el asfalto. ¿Dónde habían quedado sus ilusiones? ¿Dónde su creatividad?
Mientras deambulaba por las calles intentando pensar coherentemente, su cerebro se fue diluyendo en el olvido, un error cometido en un laboratorio clandestino le condeno a la eterna postración.

Comenzó a llover, las sensaciones que percibió al impactar las gotas de lluvia en su piel, fueron enviadas al cerebro por sus terminaciones nerviosas en forma de códigos electro-químicos. Su bloqueado cerebro fue incapaz de descifrarlos correctamente, y a consecuencia de las interpretaciones erróneas algo falló estrepitosamente en su cabeza, su racionalidad se esfumo en un apoteósico fuego de artificio solo observado por él mismo. Su cuerpo se derrumbo con fuerza sobre el asfalto.


De un enérgico salto, su sombra se apartó de él. ¿Qué iba a ser de ella? Se preguntó mirándole boquiabierta. Su mundo estaba al revés, ella de pie en la calle, y su proyector humano en el suelo. Horizontal vertical, vertical horizontal. Se movió un poco y percatándose de que los papeles no se habían invertido, supo de inmediato que su propietario no la seguiría como ella tenía por costumbre hacer. Toda su existencia había sido una absurda persecución, un constante ir y venir sin preocupación alguna. Una sombra pegada a los talones de otra sombra erguida.
Ante la falta de iniciativa propia, ante la ausencia de costumbres personales, decidió pegarse a los pies de alguien y dejarse llevar.


Eran las 4:30 AM, cuando comenzó a vagar por las desiertas calles de la aún dormida ciudad. Después de una larguísima caminata, divisó a un barrendero que se disponía a comenzar su jornada laboral. Encaminó sus pasos con la intención de fusionarse a los talones de aquel funcionario de la limpieza, deparo en la sombra que una farola proyectaba del operario. La sombra contraria violo la primera ley no escrita de las sombras, 1ª No te moverás si tu proyector humano no lo hace... de espaldas a su sombra que no paraba de gesticular, el barrendero miro calle arriba, hacía la faena que le esperaba. Ella, acercándose sigilosamente, intento la aproximación por la espalda cruzando para ello la calzada. Un veloz coche guiado por un etílico conductor la atropelló aparatosamente en mitad de la calle. De su sombría boca se alzó un gutural grito que coincidió con el giro de cabeza del barrendero. Su sombra se oculto volviendo a respetar la primera ley no escrita de las sombras. El terrorífico grito se prolongo en la noche de luna menguante. El hombre vio como el coche desaparecía engullido por una esquina y justo después deparo asustado en la mortalmente pálida sombra que no era proyectada por nadie. Ella comprendió de golpe porque hasta entonces su presencia no suscitó terror alguno. La razón era simple, siempre fue justificada por su creador, sin él no tenia razón de ser, dedujo acertadamente que nunca lograría unirse a otro humano propietario de su propia sombra.

Mientras meditaba el hombre interpuso entre su cuerpo y ella el escobón, su intención era barrerla y depositarla en el cubo de la basura. Ante la ausencia de un ser que la respaldara huyó despavorida. Se arrastró solitaria y dolorida por frías aceras y húmedas plazas. Después de mucho rectar por suelos y paredes encontró por fin una opción a su dilema. Las luces de neón iluminaban la noche, la discoteca era un antro que le resultaba familiar, en su interior el bacalao forjaba cabezas en el yunque de la vacuidad.
Se sentiría en casa, nadie le daría la bienvenida.
Allí encontraría lo que tanto necesitaba, allí cerraría el circulo vicioso de su existencia.



El guarda jurado de hastiada mirada percibió su entrada sin sorpresa alguna. Llevaba toda la noche viéndolas entrar. Una vez dentro pudo fusionarse al fin con aquella descomunal sombra de mil rostros que su dueño había abandonado tres horas antes.

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