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Obelix




El mal"piko" de Obelix.
Estamos en el año 1992 DC. Todo el mundo conocido yace bajo la bota opresora del nuevo imperio narco-capitalista... ¿Todo el mundo conocido? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles Galotarras resiste todavía y siempre al invasor. Todos saben que la vida no es fácil para las cuatro guarniciones narco-legionarias que les rodean, su fama a volado como el viento por valles y montañas, más allá del alcance del brazo armado del Imperium.

Una reducida partida de guerreros Corsos venidos de una lejana isla, burla la vigilancia nocturna de las patrullas narco-imperiales. Buscan consejos para mantener a raya a las legiones que amenazan su libertad. Mordida por la nostalgia en tan largo viaje, y perseguida de lejos por los imperiales, la partida Corsa llega exhausta y sin aliento ante la puerta de la más famosa de las aldeas.
La puerta esta extrañamente entreabierta, cierto es que los imperiales no se atreven a traspasarla, ya que mamporros y chinchones recibidos, los mantienen en sus campamentos desde hace mucho tiempo.


Un claro de luna ilumina el poblado.


Algo no va bien.
El silencio nocturno se torna ficticio.
El más avispado de los integrantes de la partida Corsa percibe algo extraño en el interior de la aldea.
Una gruesa silueta recortada en la oscuridad arranca de cuajo una pesada puerta con la sola fuerza de sus brazos, y penetra en la choza del Druida... Al rato se oye un estrépito de cacharrería y la figura ataviada con pantalones de gruesas franjas bicolores sale corriendo con un caldero de poción mágica entre las manos.
La partida Corsa ha tenido el tiempo justo de esconderse y no ser descubierta por el grandullón de pantalones a rayas azules y blancas, que corre ha vender al campamento narco-imperial la esencia de la libertad, al precio de unas dosis.


"Al rato se oye un estrépito de cacharrería y la figura ataviada con pantalones de gruesas franjas bicolores sale corriendo con un caldero de poción mágica entre las manos.
..."


Los Corsos se miran pasmados... otra silueta (Edadepiedrix) encorvada por el lastre de los años, y aligerada por la anfetamina, corre tras Obelix, maldiciéndolo por haber robado lo que bien podía sustituir su particular droga por mucho tiempo.

Los componentes de la partida Corsa se rascan el casco sin comprender nada de nada.
Obelix se pierde veloz por el recodo del camino, va directo al campamento narco-capitalista, el caldero de la poción mágica se bambolea con frenesí.

Panoramix, el antaño venerable druida de la aldea, no hecha de menos el caldero de la poción, ya que se haya totalmente ensimismado en la elaboración de pastillas de diseño, que al amanecer venderá en la cola de la pescadería de Ordenalfabetix.

Asterix, el héroe de tantas aventuras, ha cambiado la espada por la jeringuilla, y yace de sobredosis en su sucia choza.

Mientras tanto, en la puerta, el pequeño Idefix aúlla a la luna. Su tono es lastimero ya que su amigo Asterix ya no caza con él, ni sabrosos jabalís, ni amargos legionarios imperiales.
Los aullidos de Idefix son escuchados por Asuracenturix el bardo, que ya no machaca los tímpanos de sus paisanos en busca de la aceptación, cree haber encontrado sentido a su existencia en el interior de una aguja hipodérmica.

Karabella, la mujer del jefe de la tribu, que ahora vende su cuerpo por un poco de olvido, descubre a su vuelta del campamento imperial, donde negocia con sus encantos, a uno de los Corsos. Karabella le ofrece degustar sus ya arcaicos encantos por la módica cantidad de dos denarios.
El Corso retrocede, y tropezando, cae a los pies de sus cada vez más sorprendidos compañeros.
Al mismo tiempo Abraracurcix, jefe de la antaño noble aldea y marido de Karabella, acaba de bombearse la vena con la jeringuilla que comparte con sus porteadores, extrañamente enfermos desde hace un tiempo.
Abraracurcix, antiguamente majestuoso y valiente, antes respetado por sus amigos y temido por sus enemigos, solo teme ahora a una cosa bajo el cielo: No tener nada que inyectarse. Pero como él dice: Mientras haya algo de valor a mi alcance, no va ha ocurrir mañana, ni pasado mañana.

La luna se oculta avergonzada.

Por lo pueda ocurrir, la partida de guerreros Corsos se retira en silencio hacía el bosque, dejando a Karabella debajo de un majestuoso castaño, totalmente absorta con el preparativo de un mal pico.

Lagrimas corren por los rostros Corsos.

El sonido metálico del martillo sobre el yunque marca el nuevo ritmo de la aldea, y sorprende una vez más a los Corsos en su retirada. Exeantomatix, el herrero de la aldea, decide trabajar en medio de la noche bajo los efectos de una buena dosis de Efreda-fina .

El eco se pierde en la lejanía.

Lejos, muy lejos, en su marmóreo palacio, Julio-narco-cesar se ríe a carcajadas coreado por sus narco-senadores.
En la aldea, Idefix sigue alzando su lastimero aullido a la luna...

El mundo ha perdido la esperanza.