- Buenas tardes, -Me
saludó-
- Hola.
“Correspondí
a su saludo sin darle ocasión de clavar sus dientes en mi cuerpo.
-Metafóricamente hablando- Me desvié a la derecha y rogué al cielo que me
concediera la gracia de la soledad hasta después de obsequiarme con una
gratificante ducha.
Debí parecer
el gato con botas, el que abarcaba siete leguas a cada paso, ya que me di de
bruces con la puerta en cuatro pasos.
Mi mano salió
disparada hacía el pomo, mi cerebro cruzó mentalmente dos dedos inexistentes,
ansiando desesperadamente que aquella puta cerradura estuviera abierta.
Giré el
pomo... Sonó un clic... Empujé levemente hacía dentro... Y la puerta cedió para
gran sorpresa mía.
Cerré y corrí
el pestillo mientras observaba el amplio cuarto de baño.
Me acerqué a
la bañera y abrí la llave del agua caliente esperando que se obrara el milagro.
Hacía frío.
El grifo
comenzó ha exhalar una leve cortina de vapor, tanteé con la mano el chorro del
agua para comprobar la temperatura en ascenso, y cuando lo creí oportuno, me
arriesgué ha desnudarme y meterme en la bañera. Regulé la
temperatura del agua caliente abriendo un poco la
llave de la fría. El agua caía en mis pies. Esperé... Y en el preciso momento
en que la temperatura del liquido vital y yo estuvimos totalmente de acuerdo,
accioné la palanca del “telefonillo” regándome inicialmente con agua fría.”
- Su... madre. –
“Enseguida la
temperatura del agua se atemperó, lo cual agradecí.
El agua
caliente descendía por mi cuerpo arrastrando el sudor añejo de una remota noche
de farra. Fue como accionar un interruptor, mi cerebro se relajó y no dictó
orden alguna codificada como señal electro-química a ninguna parte de mí
hastiado cuerpo.
Mis putas
neuronas comenzaron ha realizar malabares con los datos recogidos en las
últimas horas que amenazaban con abrumar mi banco orgánico de datos.
Una pregunta
floreció entre aquella maraña sin sentido. ¿Qué puede ser tan importante que
obliga “Al lobo” ha ausentarse el día del entierro de su madre?
Mientras
el agua caliente descendía en cascadas por todo mí cuerpo, intentaba desbrozar
entre aquella espesura de suposiciones, opiniones y confesiones, la respuesta a
una pregunta por lo menos. Respuestas que se convertían a su vez en supuestos
que necesitaban a su vez de una nueva explicación. Un verdadero circulo vicioso
que amenazaba con hacer saltar por los aires mi ya mermada capacidad de
escudriñar en los recovecos de la situación en la que nos encontrábamos.
¿Estaría el
bloque norte preparando la entrada de una partida de coca en el país? ¿En Diciembre?
Creí recordar
con exactitud lo que comentó Carlos en el tren: Dichas operaciones se efectúan
por lógicas razones de seguridad una vez cada dos meses aproximadamente,
independientemente de la estación del año, el único factor fijo es que se den
unas condiciones meteorológicas mínimas.
Sería una
casualidad que una de aquellas entregas hubiera coincidido con el fallecimiento
de la abuela Carmen.
Era
preferible pensar eso, que sospechar que todo obedecía a maniobras estratégicas
que buscaran un posicionamiento más favorable en la nueva era pos-Carmen.
¿Dónde estaba
el bloque sur?
No podía
creer entonces en la terrible posibilidad de un enfrentamiento directo en el
seno de la familia. Bastante tenía con aceptar que una gran parte de mis
familiares jugaran con alegría al margen de la ley.
Me
estremecí por dos lógicas razones. Primera: Un enemigo dentro de la familia, es
un rival temible he impredecible. Segunda: Las moléculas de agua que
serpenteaban por mi cuerpo se movían cada vez más despacio. Es decir, la
temperatura del líquido más abundante del planeta estaba descendiendo a un
ritmo acelerado.
Cerré los
grifos antes de que el agua fría me congelara para la posteridad en aquel
servicio de paredes de piedra.
Me
aparté y abrí solo la llave del agua caliente, esperé un rato y comprobé que la
puta caldera no estaba por la labor. Comencé ha tiritar.
No me quedó
más remedio que conformarme con un aclarado. Me negué ha pensar en la
posibilidad de que hubiera premeditación en el repentino enfriamiento del agua,
del cuarto de baño, y de mi estado de animo a consecuencia
de ello.
Salí de la
bañera como una exhalación, jugándome la integridad física al pisar suelo
resbaladizo. El frío de Diciembre me abrazó con premura. Me envolví en la
toalla tiritando al tiempo que me friccionaba con ella en un vano intento de entrar
rápidamente en calor.”