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viernes, octubre 12, 2012

89ª entrega

El lobGallego.


Fumé despacio, saboreando cada calada y cada recuerdo. Una gota cayó rozándome la mejilla y trayéndome de vuelta a la realidad que me obligaba ha planificar una estrategia concreta. Debía convertirme en el lejano primo de San Sebastián que se muestra de repente afable con la familia, saludando a los tíos y primos, dando el pésame a todo dios, al tiempo que averiguaba cual era la habitación de mis padres. 
El cielo se mostraba mucho más limpio de nubes, estas se veían más altas y el viento parecía haber rolado al norte, la sensación térmica parecía bajar ostensiblemente. Apagué el porro y recogiendo la bolsa de plástico, me dirigí por el lateral a la entrada principal del caserón. Un nuevo coche adornaba el frente de la casa, su matricula era de San Sebastián, el color y el modelo eran sobradamente conocidos por mí. Tía Celia acababa de llegar. Pasé al interior buscando con la mirada a Celia, no la vi. Entré en la cocina que seguía desierta y saqueada, algo atrajo mi atención poderosamente, el pozo. Su brocal de piedra levantaba del suelo metro y medio, su cigüeño de bronce se mecía en un travesaño de roble labrado, la tapa de la misma madera sellaba su boca. 
Avancé hasta él, y levante una de las tapas, la oscuridad me saludo al tiempo que una sensación de húmedo frío me besó la cara. Calculé su diámetro en unos cien centímetros. Bajé la tapa decidido ha dejar los recuerdos infantiles aparcados por unos días. 
Salí de la cocina jurando volver con una linterna y probé suerte en la habitación del velatorio donde me comunicaron que tía ya había presentado sus respetos, como último recurso entré en el comedor.
 - Hola sobrino.
 “Mi madrina Celia me abrazó con intensidad, le correspondí dado el cariño que siempre le he profesado.”
 - Viviendo a 12 kilómetros los unos de los otros, ya es delito que nos veamos después de más de un mes en estas circunstancias. -Me amonestó Celia-
 “Deshicimos el abrazo sin que yo encontrara una respuesta lógica al desarraigo que experimentaba en aquella época.” 
 - ¿Cómo estas? -Me pregunto Felipe- “Mis tíos, Felipe, María, Enrique, Manuel y Carmen se hallaban sentados al calor de la chimenea del comedor, la pregunta pareció salir de boca de todos.”




Fumé despacio, saboreando cada calada y cada recuerdo. Una gota cayó rozándome la mejilla y trayéndome de vuelta a la realidad que me obligaba ha planificar una estrategia concreta. Debía convertirme en el lejano primo de San Sebastián que se muestra de repente afable con la familia, saludando a los tíos y primos, dando el pésame a todo dios, al tiempo que averiguaba cual era la habitación de mis padres. El cielo se mostraba mucho más limpio de nubes, estas se veían más altas y el viento parecía haber rolado al norte, la sensación térmica parecía bajar ostensiblemente. Apagué el porro y recogiendo la bolsa de plástico, me dirigí por el lateral a la entrada principal del caserón. Un nuevo coche adornaba el frente de la casa, su matricula era de San Sebastián, el color y el modelo eran sobradamente conocidos por mí. Tía Celia acababa de llegar. Pasé al interior buscando con la mirada a Celia, no la vi. Entré en la cocina que seguía desierta y saqueada, algo atrajo mi atención poderosamente, el pozo. Su brocal de piedra levantaba del suelo metro y medio, su cigüeño de bronce se mecía en un travesaño de roble labrado, la tapa de la misma madera sellaba su boca. Avancé hasta él, y levante una de las tapas, la oscuridad me saludo al tiempo que una sensación de húmedo frío me besó la cara. Calculé su diámetro en unos cien centímetros. Bajé la tapa decidido ha dejar los recuerdos infantiles aparcados por unos días. Salí de la cocina jurando volver con una linterna y probé suerte en la habitación del velatorio donde me comunicaron que tía ya había presentado sus respetos, como último recurso entré en el comedor. - Hola sobrino. “Mi madrina Celia me abrazó con intensidad, le correspondí dado el cariño que siempre le he profesado.” - Viviendo a 12 kilómetros los unos de los otros, ya es delito que nos veamos después de más de un mes en estas circunstancias. -Me amonestó Celia- “Deshicimos el abrazo sin que yo encontrara una respuesta lógica al desarraigo que experimentaba en aquella época.” - ¿Cómo estas? -Me pregunto Felipe- “Mis tíos, Felipe, María, Enrique, Manuel y Carmen se hallaban sentados al calor de la chimenea del comedor, la pregunta pareció salir de boca de todos.”


Arte inconformista.

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