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jueves, octubre 04, 2012

88ª entrega

El lobGallego.


- Nos vemos una hora antes del entierro, atrás en el jardín. Dice mi madre que han anunciado una mejoría en el tiempo. Si no es así, quedamos en tu habitación.

 - De acuerdo. 

 - Recuerda que donde más familia y allegados hay, es en el comedor, precisamente allí me dirijo, con un poco de suerte encuentro transporte -Me informó paternalmente- 

- Agur. No te preocupes. -Se marchó- 

 “Abrí el puño, dentro palpitaba caliente el reloj de Carlos. Eran las cinco y diez. Tenía tiempo para buscar un poco de soledad y poner algo de orden en mi cabeza. Me dirigí a la entrada principal, no llovía. Di la vuelta a la casa y me interne en el desnudo jardín. Detrás de un manzano encontré un banco de piedra humedecido. Saqué la bolsa de plástico con la que envolvía el hachis y el tabaco, la vacié, a continuación desgarré la bolsa para sentarme encima de ella y no mojarme. 
Miré a mí alrededor, y al comprobar que no había nadie a la vista, inicié la elaboración de un porro. Se imponía una charla con mi madre, la información que yo manejaba sobre “Las blancas” era muy limitada, aunque también sospechaba que al ser sus actividades menos escabrosas, la información fuera más asequible. De las desnudas ramas del manzano caía alguna que otra gota de agua, precipitándose a un suelo totalmente embebido. 
 Los recuerdos salieron a mi encuentro, haciéndome retroceder en el calendario hasta los 11 años. La tapia que rodeaba el jardín-huerto había sido el escenario de nuestros juegos y chanzas infantiles, creí ver a mi hermana, a mis primos y a mí mismo subiendo por la parte baja del muro, riendo y llegando a lo más alto, cerca de las ramas de los árboles. Conservo una cicatriz en la rodilla derecha fruto de una caída originada en el calor de un duelo de espadas en lo alto del muro. Nos subíamos a los árboles que nuestra imaginación convertía en palos de mesana o de trinquete de un fantástico galeón que surcaba veloz nuestra infancia. La abuela no hacía más que preocuparse por nuestras caídas y golpes, llegando su desesperación al máximo cuando vio una liana colgando de una de las gruesas ramas del árbol más alto del jardín. Regalo de nuestro tío Felipe. El juego del abordaje, desde la tapia a la liana fue el más intenso de aquel verano."




Los recuerdos salieron a mi encuentro, haciéndome retroceder en el calendario hasta los 11 años. La tapia que rodeaba el jardín-huerto había sido el escenario de nuestros juegos y chanzas infantiles, creí ver a mi hermana, a mis primos y a mí mismo subiendo por la parte baja del muro, riendo y llegando a lo más alto, cerca de las ramas de los árboles. Conservo una cicatriz en la rodilla derecha fruto de una caída originada en el calor de un duelo de espadas en lo alto del muro. Nos subíamos a los árboles que nuestra imaginación convertía en palos de mesana o de trinquete de un fantástico galeón que surcaba veloz nuestra infancia. La abuela no hacía más que preocuparse por nuestras caídas y golpes, llegando su desesperación al máximo cuando vio una liana colgando de una de las gruesas ramas del árbol más alto del jardín. Regalo de nuestro tío Felipe. El juego del abordaje, desde la tapia a la liana fue el más intenso de aquel veran


Arte inconformista.

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