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viernes, noviembre 05, 2010

32ª entrega

El lobo Gallego.

El lobo Gallego

"Al fondo vi al interventor inspeccionando los compartimientos uno a uno. Salté sin demasiada confianza al andén, y sentí que había quemado una etapa de aquel viaje de marras.”

- Espérame pendejo norteño. -Gritó Carlos a mi espalda, me gire-

“Saltó del vagón y de no más de seis decididos pasos se coloco a mi altura. Sin más dilación nos encaminamos hacía la salida de aquella ratonera, que era la estación de A Coruña.”

- ¡Oye! ¿Dónde está la banda de música? Y la frenética multitud que debería agasajarnos. ¿Dónde se ha metido?

“No pude evitar echarme en brazos de la risa mientras bajábamos las escaleras del paso subterráneo, aplacado el ataque de hilaridad subimos al otro anden.”

- Si hombre, la limusina en la puerta, el chofer esperando, la escolta presta... -Añadí-

- Por favor, no menciones ni escoltas, ni símiles policiales.

- Tienes razón...

“Cruzamos la puerta interior de la estación esquivando grupos dispersos de viajeros con sus consabidas cargas de equipaje. Se imponía un desayuno en toda regla."

- ¿Desayunamos? –-Pregunte al aire-

- Creo que no, adolecemos de falta de tiempo.

“Pasábamos al pie de una cafetería que emanaba aromas a repostería y café recién hecho."

- Me tienes que convencer, como te puedes resistir a ese olor.

- Tú mismo lo dijiste en el tren, nos urge que hable con mi madre... Ya desayunaremos allí.

- Permíteme que haga una cosa, ahora que no la veo ocupada...

“Me lancé como un poseso en dirección a la cafetería y compre dos palmeras de chocolate, el café tendría que esperar.”

- Toma el cambio, gracias.

- Adiós, que tenga un buen día.

“Carlos observaba mi zalamería con el sexo opuesto y esperaba ansioso su parte de repostería industrial.”

- No se si te lo mereces, -le tendí una palmera- con lo bien que nos iba ha sentar un zumo y un café con...

- Lo primero es llegar al pueblo de una maldita vez...

“Carlos dejó de hablar, y yo de prestarle atención. Devoramos las palmeras y nos relamimos como gatos.”

- ¿Va?

- Venga.

“Cruzamos la puerta de la estación esquivando a un matrimonio mayor.
A los tres metros de rebasar la entrada exterior, las gotas de lluvia que se estrellaban contra el suelo con el mismo ímpetu de los kamikazes nos frenó en “seco”.

- ¡Putada!... -exclamo Carlos-

- Decididamente, estamos en racha.




No pude evitar echarme en brazos de la risa mientras bajábamos las escaleras del paso subterráneo, aplacado el ataque de hilaridad subimos al otro anden...

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