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martes, septiembre 20, 2011

65ª entrega.

El lobo Gallego.

- Permiso.

- Pendón.

“Ambos pasamos al interior de la casa empujándonos mutuamente.
No nos quedaron más cojones que dejarnos saturar y envolver por el lúgubre y funerario ambiente que reinaba en el caserón a causa del fallecimiento de la abuela carmen.
Incluso se oía una leve letanía que mi cerebro relacionó con un rezo católico llamado El Rosario.
Aquel puto -con perdón- viaje estaba resultando ser como un constante abrir y cerrar puertas que daban acceso a distintas habitaciones, en cada una de las cuales imperaba un sentimiento diferente y por añadidura negativo. Ya fuera odio, miedo, dolor, angustia, o impotencia.”

- Daría veinte años de tu vida a condición de que pasaran cuarenta y ocho horas de golpe -le comenté a mi futuro cuñado- nunca he sido capaz de tolerar ambientes cargados de hipocresía y farisaísmo.

“Nos paramos en un baldío intento por mi parte de hacer acopio del valor necesario para enfrentarme a lo que me esperaba detrás de más de una puerta.
Mariano asintió con la cabeza a mi último comentario, a la vez que su tez se tornaba más acerada.”

- Dentro de unas horas la situación ya no te incordiara en exceso -me animaba Mariano- y lo que es más importante, ya no será necesario que sacrifiques los mejores años de mi vida a cambio de un salto en el tiempo... No me va lo de ser el chivo expiatorio en un sacrificio...

“Frente a nosotros, como a unos diez metros de distancia, se abrió la puerta de la cocina. Por su umbral salió mi tío Antonio alias la guindilla, capo de la coca, y su lugar teniente y prima mía, Raquel. Juan cruzó el umbral un segundo más tarde con cara de necesitar apalear a alguien, a fin de conseguir la paz de espíritu que tan a menudo le abandonaba. Posiblemente yo fuera el que más boletos tenia en las manos para encarnar a ese desdichado ser.
Juan comentó algo en voz baja y a continuación se perdió por el pasillo a nuestra derecha.”
- Permiso.

- Pendón.

“Ambos pasamos al interior de la casa empujándonos mutuamente.
No nos quedaron más cojones que dejarnos saturar y envolver por el lúgubre y funerario ambiente que reinaba en el caserón a causa del fallecimiento de la abuela carmen.
Incluso se oía una leve letanía que mi cerebro relacionó con un rezo católico llamado El Rosario.
Aquel puto -con perdón- viaje estaba resultando ser como un constante abrir y cerrar puertas que daban acceso a distintas habitaciones, en cada una de las cuales imperaba un sentimiento diferente y por añadidura negativo. Ya fuera odio, miedo, dolor, angustia, o impotencia.”

- Daría veinte años de tu vida a condición de que pasaran cuarenta y ocho horas de golpe -le comenté a mi futuro cuñado- nunca he sido capaz de tolerar ambientes cargados de hipocresía y farisaísmo.

“Nos paramos en un baldío intento por mi parte de hacer acopio del valor necesario para enfrentarme a lo que me esperaba detrás de más de una puerta.
Mariano asintió con la cabeza a mi último comentario, a la vez que su tez se tornaba más acerada.”

- Dentro de unas horas la situación ya no te incordiara en exceso -me animaba Mariano- y lo que es más importante, ya no será necesario que sacrifiques los mejores años de mi vida a cambio de un salto en el tiempo... No me va lo de ser el chivo expiatorio en un sacrificio...



Arte inconformista.

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