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miércoles, enero 13, 2010

El lobo Gallego. 17ª entrega

El lobo Gallego.

"El tren aullaba a la tímida luna que jugaba al escondite..."


- ¿Yo? -Me revolví y mire a Carlos- ¿Qué podía pensar de mi persona aquel puto gusano policía?

- ...Mientras que tú, -repetía Carlos- le mereces a su microscópico cerebro la capacidad de ser un vándalo, un anarquista sin prejuicios, un potencial terrorista...

- Y ha llegado ha esa conclusión, -no pude evitar la intervención- por el simple y pequeño detalle de haber nacido en Heuskal-Herriak, y por criarme entre Vascos...

- Imagino que así es, ya sabes lo que opina ese energúmeno de todo lo Vasco. -Me confirmó Carlos-

"reprimí mis instintos animales, oculte en un recóndito lugar de mi mente los salvajes deseos de golpearle fuerte"


- Ahora que lo dices, -comencé ha divagar- recuerdo que cada vez que nuestras miradas se cruzaban, percibía que en ese terreno erosionado y árido que es su mente, florecían dudas hacia mi persona.
Nunca cruce con él más palabras que las inevitables de presentación inicial. Hola... Que tal estas... Y todos esos absurdos tecnicismos verbales que a mi no me interesan lo mas mínimo.
Normalmente, si me es factible evitarlo, no tengo la nefasta costumbre de platicar con gusanos, aunque sea de mi sangre y vista de uniforme.
De todas maneras, con la que si mantuve una frugal conversación fue con Inés, por aquella época mujer recién casada y en avanzado estado de gestación. ¿Lo recuerdas?

- Lo recuerdo. -Afirmó Carlos mientras me ofrecía un poco de hachis para que liara un porro-

- Es muy probable, -busqué un cigarrillo- que lo que me atrajera hacia ella para conversar, fuera el hecho de haberse dejado preñar por un elemento del calibre de Maximiliano.
Aquella relación me resultaba increíble, ya que siempre he considerado a las mujeres como norma general, y fíjate que digo como norma general, más inteligentes, más maduras, más interesantes, y con más prejuicios que los hombres a la hora de irse a la cama con cualquiera.
Pero esa pava, pude comprobarlo en dos minutos, hacia añicos esa regla y se mostraba tal como era, una descerebrada.
Mirando su dilatada tripa, tuve la morbosa idea de darle un fuerte golpe que la dejara sin sentido, para a continuación llevarla a un hospital a que le hicieran una ecografía y así satisfacer mi curiosidad por saber que hostias seria lo que esos dos desgraciados traerían al mundo.
Pero reprimí mis instintos animales, oculte en un recóndito lugar de mi mente los salvajes deseos de golpearle fuerte en la cabeza, y te utilice a ti como excusa perfecta para abandonarla en medio de aquel salón.

“Dicho esto, humedecí la pega con la lengua y me líe el porro.”

- Decididamente, estas de atar. -Me miró con una sonrisa en los labios-

-Y tú crees que me voy a preocupar, si en ti me puedo comparar.

- Vale, vale... Haya paz. ¿De acuerdo?






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