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martes, agosto 23, 2011

62ª entrega.





“Mariano acabó de abrir del todo la puerta para que pasaran Carlos y Juan. Este último no se dignó mirarme siquiera. Ni puta falta que hacía.”

- ¿Qué es de tu vida pendejo? -Intentó desviar mi ataque Mariano, fijando nuestra atención en Carlos-

“Juan no se detuvo, prosiguió su lenta y rítmica marcha perdiéndose en el interior del viejo caserón. ¡A Dios gracias!”

- ¿Yo?... Supongo que podía ir mejor... -Contestó Carlos-

“¡Cojones! Si no hacía ni 24 horas que se habían visto. Aquí un servidor no estaba por la labor de permitir que mi primo fuera la excusa que necesitaba Mariano, para desviar mi atención de su yugular.

- Carlos... Haces el favor de pasar al interior del caserón y dejarme el espacio necesario para maniobrar contra este ente que respira a nuestra vera.

“Mariano replegó sus párpados hasta sus mismísimos topes, ante la sorpresa de que le llamaran ente.
Carlos encogiéndose de hombros y sonriendo se retiró hacía el interior del viejo caserón centenario.”

- ¿A que no te imaginas -Me dispuse ha merendarme a mi futuro cuñado a falta de algo mejor- quien ha ido hoy ha recogernos a la estación?

“Mariano me observaba con su mirada más picara, a fin de cuentas nos llevábamos demasiado bien. Todavía lo recuerdo perfectamente, debajo del dintel de la puerta, sonriendo como un niño de ciento ochenta centímetros de estatura, que sabe que las reglas de nuestro juego permiten jugadas y movimientos especulativos como el de la estación.”

- Creo que tengo una ligerísima idea. ¿No gusta de tocarse con tricornio? -Me contestó-

- Aquí lo único ligero es tu cerebelo...

“Lo empujé hacía el interior de la casa sumando la inercia de la mochila a la de mi cuerpo, Mariano retrocedió unos tres pasos.”

- Sabes que hoy me he llevado uno de los mayores sustos de mi vida -insistí- por un angustioso segundo creí que esa babosa desequilibrada que responde al nombre de Maximiliano, me iba ha pegar allí mismo y sin consideraciones, cuatro tiros...
“Mariano me observaba con su mirada más picara, a fin de cuentas nos llevábamos demasiado bien. Todavía lo recuerdo perfectamente, debajo del dintel de la puerta, sonriendo como un niño de ciento ochenta centímetros de estatura, que sabe que las reglas de nuestro juego permiten jugadas y movimientos especulativos como el de la estación.”


Arte inconformista.

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