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lunes, septiembre 24, 2012

86ª entrega.


El lobGallego.


“Mis intestinos rugieron como un viejo y solitario hambriento.”

 - Confiemos en que aparte de agua, encontremos algo sólido que llevarnos a la boca..
 - Antes mientras sorteaba la avalancha de preguntas, creí ver caldo y algo de jamón.

 “Carlos entró en la cocina abriendo una de sus dos puertas, me pegué a él como una sombra. Nos llevamos una agradable sorpresa, todos los vecinos, amigos, y conocidos de la familia, se habían hartado de comer y de beber, abandonando después las sobras en la mesa. Hallándose ésta cubierta de vasos, platos y fuentes. Daba la impresión de que un nutrido grupo de náufragos hubieran expoliado la cocina en un arrebato de glotonería incontrolable. Se suponía que aquello era un velatorio, cuando los restos esparcidos, y el lamentable aspecto que ofrecía la cocina en general, parecía indicar la posibilidad de que allí hubiera tenido lugar una frenética juerga.”

 - ¡Que suerte! -se sorprendió Carlos- hay más de lo que recordaba, mira que pinta tiene esa empanada. - Toda tuya, prefiero empacharme de caldo y rematarlo con exquisitas filloas.

 “Aquella cocina siempre me había intrigado. Desde mi más remota infancia siempre fue el lugar preferido para mis juegos y andanzas. Su amplitud, sus dos niveles, su antigüedad, y sobre todo su pozo, habían creado en mí la mayor sensación de aventura y misterio que pudiera desear un niño. Miraba las viejas sillas de madera trabajadas por las expertas manos del ebanista, y creía e imaginaba ver sentados en ellas a mi bisabuelo y a los hermanos de su esposa, separando las mejores mazorcas de maíz o decidiendo cual era el mejor momento para hacerse a la mar. Observaba de crío, la robusta mesa de roble donde antaño se preparaba la masa del pan y literalmente puedo afirmar que mi imaginación era capaz de recrear escenas familiares que bien pudieron ocurrir más de un siglo atrás, siendo capaz de respirar el aroma de pan recién horneado. Oía el eco de conversaciones centenarias mantenidas en gallego por la bisabuela y sus hijas... De sus paredes colgaban ollas, cubiertos, y cacerolas, de al menos un siglo y medio de antigüedad. Acariciando con mis infantiles manos la pulida superficie metálica de aquellos utensilios, sentía como se creaba un nexo de unión mística con mis antepasados. Se puede decir que siempre me fascinó el paso del tiempo, y el tinte nostálgico con el que envuelve a los objetos. Gustaba de recuperar la historia no escrita de las cosas cotidianas, imaginando hasta el último detalle. La boca del pozo me seducía con sus leyendas silenciosas, en su interior ocultaba mi imaginación tesoros y secretos, a los que se unía el miedo hacía lo desconocido.”




Miraba las viejas sillas de madera trabajadas por las expertas manos del ebanista, y creía e imaginaba ver sentados en ellas a mi bisabuelo y a los hermanos de su esposa, separando las mejores mazorcas de maíz o decidiendo cual era el mejor momento para hacerse a la mar. Observaba de crío, la robusta mesa de roble donde antaño se preparaba la masa del pan y literalmente puedo afirmar que mi imaginación era capaz de recrear escenas familiares que bien pudieron ocurrir más de un siglo atrás, siendo capaz de respirar el aroma de pan recién horneado. Oía el eco de conversaciones centenarias mantenidas en gallego por la bisabuela y sus hijas... De sus paredes colgaban ollas, cubiertos, y cacerolas, de al menos un siglo y medio de antigüedad. Acariciando con mis infantiles manos la pulida superficie metálica de aquellos utensilios, sentía como se creaba un nexo de unión mística con mis antepasados. Se puede decir que siempre me fascinó el paso del tiempo, y el tinte nostálgico con el que envuelve a los objetos. Gustaba de recuperar la historia no escrita de las cosas cotidianas, imaginando hasta el último detalle.


Arte inconformista.

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