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sábado, octubre 02, 2010

28ª entrega

El lobo Gallego.

La tapa terminó su recorrido empujada por mi emancipada mano y lo que vi elevo la temperatura de mi plasma a un punto cercano al de la ebullición... El ataúd estaba lleno de pálidas cabezas sonrientemente decapitadas... Pude identificar la cabeza de Carlos con una mueca de horror dibujada en su boca. También estaba la de Juan, la de Celia, la de Claudia, la de Maximiliano y... ¡Mierda! Se me erizó el vello de todo el cuerpo, allí me encontraba, rígido como una maldita estatua de mármol de Carrara y observando con mis propios ojos mi decapitaday magullada cabeza apoyada en la de Antonio que sonreía como si aquello no fuera con él... Algo tibio empezó ha humedecer las perneras de mis pantalones... Pero mis ojos seguían hipnóticamente prendados con la visión de aquel racimo de cabezas familiares.
Una mano se cerró con fuerza sobre mi hombro, y me zarandeó.”


- Despierta Abel...

“Mi adormecido y maltratado cerebro situó la fuente de la que manaban aquellas palabras, en un punto intermedio situado entre los dos y los veinte metros.”

- Venga... Despertad...

“¡Carajo! Esta vez parecían sonar más cercanas. ¿A que distancia se situaría la boca que las paría? ¿Quizá un metro? ¿Quizá solo medio metro?”

- Pues si que están dormidos...

“Comentaba la boca de marras a una tercera o cuarta persona, a la que no lograba situar sin abrir los ojos, ni en el tiempo, ni en el espacio.
¿De que me sonaba a mí aquella voz? ¿De otra vida anterior? Ante la incertidumbre abrí muy despacio los ojos, mis párpados casi estaban pegados, mi visión agotada.
Mi ojo derecho se abrió del todo, me frote con cuidado y busque sin encontrar mis gafas.
A pesar de las dos dioptrías, mi cerebro registró gracias a mis neuronas oculares una distorsionada imagen que me impresionó.
Una metralleta colgaba flácida del hombro de un personaje uniformado de verde. Di un apreciable respingo y me incorpore a la vez que un rotativo rojo giraba en mi cabeza. Mire en el interior de la mochila abierta y no encontré lo que buscaba. ¡Lo que me faltaba! Sin gafas... “



Algo tibio empezó ha humedecer las perneras de mis pantalones...


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