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sábado, junio 18, 2011

El armario empotrado 3ª parte.




Oscuridad total al retroceder sentado en el suelo hasta el fondo del armario. Abrigos colgados en las oscilantes perchas le acarician el pelo, mangas de camisas le rozan la cara, rígidos pantalones le tocan el hombro. Sus manos al recorrer el suelo palpan cordones de zapatos náufragos. El mundo de la quietud ha sido profanado, sus leyes violadas, la intimidad denostada.
El pulso se acelera, la respiración aumenta el ritmo, la perrita se remueve inquieta en su regazo. Necesita calmarse, solo es el interior de un armario empotrado. Pero algo le susurra que manos ajenas le agarraran por la espalda y desaparecerán engullidos en extrañas oquedades ocultas a la luz del día. Acaricia el lomo de su amiga canida, percibe cierto temblor en el fiel animal. Cierra los ojos, abre los ojos, cierra el izquierdo, abre el derecho, cierra el derecho, abre el izquierdo, todas las combinaciones, varias secuencias, rápido parpadeo en la oscuridad, extrañas luces que se van extinguiendo en su periferia visual. Olores fuertes que se acomodan en su nariz, olfato saturándose de agresiones olfativas.
El tiempo…
Su ajado reloj de pulso muestra las verdes agujas luminiscentes con cierto cansancio, el segundero se mueve lentamente, fina aguja que marca el tic, tac del tiempo. Su percepción del paso de los minutos se dilata. En la oscuridad los segundos se trasforman en minutos, los minutos en largas horas, y sospecha que las largas horas en interminables días. ¿Cuánto tardaran en echarles en falta?
La hermana llama a la perrita, los restos de la cena han sido añadidos a su arroz, es su hora de comer. El desafío es extremo, como controlar su instinto comilón. Caricias y friegas parecen calmarla de momento, los higos pasos que lleva en el bolsillo son un recurso de última hora.
El reducido campo de visión que se le ofrece mirando por el ojo de la arcaica cerradura fuera de servicio debido a los goterones de pintura que han bloqueado su mecanismo, es reducido, pero suficiente para sus inconclusos planes.
Atisba desde su posición la entrada de la salita de estar, la alfombra enmarcada en dorado muestra cuatro gatitos vistos de frente. Su hermana mira y desaparece en dirección a la habitación del muchacho. La perrita se revela, conoce perfectamente su hora devoradora de comida. Un higo paso, estimula su olfato y calma su cuerpecito. Segundos remolones en el reloj. Sabe que no puede permanecer indefinidamente en un lugar de tan reducidas dimensiones. Pega la boca al agujero de la cerradura e inhala aire fresco, con cierto regusto a tiempos pasados. Alterna boca y ojo en tan reducido orificio.
Su hermana entra en tropel de nuevo a la sala, llega hasta la puerta del balcón y asoma la cabeza fuera, su hermano tampoco está escondido detrás de las largas persianas de madera pintadas en verde oliva. Su cuerpo oculta el reducido campo visual que se atisba desde el ojo de la cerradura. Tiene la impresión de que ella a su vez mirara por el mismo agujero que él. Su hermana tantea las puertas, parece que han quedado bien cerradas desde el interior, el niño tranquiliza a la perrita con otro higo paso. Pasos que se alejan en otra dirección, dominio visual recuperado. Cierto alboroto en la gran cocina. Se escuchan llamadas a la perrita, suena su nombre en tono imperativo, sabe que obra mal y relame su venganza con cierto pesar.
La perrita comienza a ser incontrolable, la inactividad está agotando su capacidad de aguantar en sitios cerrados, su instinto la invita a huir a espacios abiertos. Él mismo siente que necesita aire fresco. Ha iniciado una cascada de acontecimientos en el pequeño universo familiar que volcara a su madre en su busca.
El mango de la cucharilla brilla en el punto exacto, su madre sabe como abrir el armario empotrado. Reprimenda mayúscula, el animal tiene que bajar acompañado a la calle para hacer de lo suyo. La pérdida de tiempo no entra en los planes de la madre. Su hermana mayor es mandada a preparar una de las maletas, mientras él recibe la consigna de bajar a la perrita durante un cuarto de hora. Tiempo máximo.
La madre cede a regañadientes, ya hablaran del castigo en destino. El hijo disfruta del encuentro con sus amiguitos en la plaza de los charcos. La perrita corre feliz tras un gato. Piensa en la posibilidad de estirar la escapada, fingiendo la búsqueda del animalito desbocado tras los pequeños felinos del barrio.
Su nombre en diminutivo sonara transcurridos quince minutos.


Oscuridad total al retroceder sentado en el suelo hasta el fondo del armario. Abrigos colgados en las oscilantes perchas le acarician el pelo, mangas de camisas le rozan la cara, rígidos pantalones le tocan el hombro. Sus manos al recorrer el suelo palpan cordones de zapatos náufragos. El mundo de la quietud ha sido profanado, sus leyes violadas, la intimidad denostada.
El pulso se acelera, la respiración aumenta el ritmo, la perrita se remueve inquieta en su regazo. Necesita calmarse, solo es el interior de un armario empotrado. Pero algo le susurra que manos ajenas le agarraran por la espalda y desaparecerán engullidos en extrañas oquedades ocultas a la luz del día. Acaricia el lomo de su amiga canida, percibe cierto temblor en el fiel animal. Cierra los ojos, abre los ojos, cierra el izquierdo, abre el derecho, cierra el derecho, abre el izquierdo, todas las combinaciones, varias secuencias, rápido parpadeo en la oscuridad, extrañas luces que se van extinguiendo en su periferia visual. Olores fuertes que se acomodan en su nariz, olfato saturándose de agresiones olfativas.
El tiempo…
Su ajado reloj de pulso muestra las verdes agujas luminiscentes con cierto cansancio, el segundero se mueve lentamente, fina aguja que marca el tic, tac del tiempo. Su percepción del paso de los minutos se dilata. En la oscuridad los segundos se trasforman en minutos, los minutos en largas horas, y sospecha que las largas horas en interminables días. ¿Cuánto tardaran en echarles en falta?
La hermana llama a la perrita, los restos de la cena han sido añadidos a su arroz, es su hora de comer. El desafío es extremo, como controlar su instinto comilón. Caricias y friegas parecen calmarla de momento, los higos pasos que lleva en el bolsillo son un recurso de última hora.
El reducido campo de visión que se le ofrece mirando por el ojo de la arcaica cerradura fuera de servicio debido a los goterones de pintura que han bloqueado su mecanismo, es reducido, pero suficiente para sus inconclusos planes.
Atisba desde su posición la entrada de la salita de estar, la alfombra enmarcada en dorado muestra cuatro gatitos vistos de frente. Su hermana mira y desaparece en dirección a la habitación del muchacho. La perrita se revela, conoce perfectamente su hora devoradora de comida. Un higo paso, estimula su olfato y calma su cuerpecito. Segundos remolones en el reloj. Sabe que no puede permanecer indefinidamente en un lugar de tan reducidas dimensiones. Pega la boca al agujero de la cerradura e inhala aire fresco, con cierto regusto a tiempos pasados. Alterna boca y ojo en tan reducido orificio.
Su hermana entra en tropel de nuevo a la sala, llega hasta la puerta del balcón y asoma la cabeza fuera, su hermano tampoco está escondido detrás de las largas persianas de madera pintadas en verde oliva. Su cuerpo oculta el reducido campo visual que se atisba desde el ojo de la cerradura. Tiene la impresión de que ella a su vez mirara por el mismo agujero que él. Su hermana tantea las puertas, parece que han quedado bien cerradas desde el interior, el niño tranquiliza a la perrita con otro higo paso. Pasos que se alejan en otra dirección, dominio visual recuperado. Cierto alboroto en la gran cocina. Se escuchan llamadas a la perrita, suena su nombre en tono imperativo, sabe que obra mal y relame su venganza con cierto pesar.




Arte inconformista.

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